Por, Gerardo Andrés Guayacán Cruz

La literatura ha jugado un papel significativo en la Iglesia a lo largo de la historia. Desde los primeros tiempos del cristianismo, los textos literarios han sido cruciales para la preservación y trasmisión de la fe. Por ejemplo, San Jerónimo y San Agustín, escribieron grandes textos literarios sobre teología, filosofía y moral, que perduran hasta nuestros tiempos. Estos textos han sido fundamentales para el desarrollo del pensamiento cristiano.

No es casualidad que en los tiempos que vivimos, el papa Francisco subraye no solo la importancia de la literatura para la formación de los futuros ministros de la Iglesia, sino que extiende este mensaje a todo el pueblo de Dios, teniendo presente, como él dice en su carta «El papel de la literatura en la formación» (17 de julio de 2024): «Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal».

Uno de los campos más enriquecidos es el espiritual. Existen muchas obras que ofrecen inspiración y guía para los fieles. Obras sobresalientes que pertenecen a grandes místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila ayudan al creyente a encontrarse en la intimidad con Dios, sobre todo, cuando se es capaz de desnudar el corazón y el alma. La Noche Oscura, por ejemplo, ofrece una visión rica sobre el proceso de purificación espiritual y el camino hacia la unión con Dios, y que decir del Libro de la Vida, que proporciona el testimonio espiritual de una mujer que crece en la oración, en la intimidad del “Totalmente Otro”.

La literatura es mucho más que una forma de entretenimiento, pues las narrativas literarias presentan dilemas éticos y situaciones que permiten a los lectores explorar y reflexionar sobre valores y principios. La palabra literaria, dice el Papa en la citada carta, «pone en movimiento el lenguaje, lo libera y lo purifica; en definitiva, lo abre a las ulteriores posibilidades expresivas y explorativas, lo hace capaz de albergar la palabra que se instala en la palabra humana, no cuando esa se autocomprende como saber ya completo, definitivo y acabado, sino cuando se convierte en vigilante escucha y espera de Aquel que viene para hacer nuevas todas las cosas».

Una educación integral no puede prescindir de las artes y las letras, ya que estas contribuyen al desarrollo completo del individuo. La literatura enriquece la formación académica y personal al estimular el pensamiento crítico, la creatividad y la sensibilidad emocional. El papa Francisco aboga por una educación que valore y promueva la literatura como una parte esencial de la formación humana.

El amplio campo de la literatura puede ser un puente hacia la esperanza y la redención. Las historias bien contadas pueden servir como guía para el discernimiento, ofreciendo consuelo y una visión positiva del futuro.

Termina el Papa afirmando que «el poder de la literatura evoca, por último, la tarea primordial confiada al hombre por Dios, la labor de “dar nombre” a los seres y las cosas».

Reconocer la importancia de las letras, sobre todo en nuestros tiempos, es una tarea ardua. El avance tecnológico ha “opacado” la palabra escrita. Hoy poco se lee. El número de bibliotecas en los hogares se ha reducido a niveles muy bajos. Ya los libros se convirtieron en algo del pasado, en algo antiguo e inútil.

Es nuestra la tarea, la de reavivar la afinidad entre el hombre y las letras, el sacerdote y el poeta. Solo quien descubre a Dios en el misterio que desvela la palabra escrita, puede configurarse plenamente con Él.