Datos históricos de la diócesis

Creación de la Diócesis

El Papa Pío XII, mediante la Bula “Idem ardens” del 7 de marzo de 1955, erigió la Diócesis de Duitama, separándola de la Diócesis de Tunja y asignándole 34 Parroquias, a saber:

Duitama, Sogamoso, Tibasosa, Nobsa, Santa Rosa de Viterbo, Cerinza, Belén, Tutazá, Paz de Río, Socha, Socotá, Jericó, Tasco, Betéitiva, Corrales, Busbanzá, Gámeza, Tópaga, Mongua, Monguí, Susacón, Soatá, Covarachía, Chiscas, El Espino, Panqueva, El Cocuy, Güicán, Guacamayas, San Mateo, La Uvita, Boavita, Labranzagrande, Pisba y Paya pertenecientes a las Provincias de Tundama, Sugamuxi, Valderrama, Norte y Gutiérrez.- con 300.000 habitantes; con una extensión de 10.000 km2; con 54 sacerdotes, 32 seminaristas y 10 comunidades religiosas con 22 casas.

El 9 de julio de 1987 se creó la Diócesis Málaga – Soatá a la cual se pasaron 13 parroquias de la Diócesis de Duitama Sogamoso, a saber: Susacón, Soatá (2), Boavita, La Uvita, San Mateo, Guacamayas, Chiscas, El Espino, Panqueva, Güicán, El Cocuy, Covarachía y Tipacoque.​

BULA PONTIFICIA

«El mismo ardiente amor de las almas y las mismas «atenciones de cada día, la solicitud por todas las Iglesias» (2 Cor., 11, 28) con que San Pablo se inflamaba interiormente, nos urgen también a Nosotros, más aun nos urgirán hasta el último momento de la vida, para procurar a nuestros hijos los mejores medios de alcanzar la eterna salvación.

Ya que nuestro Venerable Hermano Pablo Bértoli, Arzobispo titular de Nicomedia y Nuncio Apostólico en Colombia preocupado con el bien de los fieles que viven en la extensa Diócesis de Tunja, ha pedido a esta Sede Romana que separadas de ella las regiones que están al Norte y al Oriente, se erigiera una nueva Diócesis, hemos recibido con mucha alegría estos ruegos. Habiendo pues oído el parecer del Venerable Hermano Ángel María Ocampo Berrio, Obispo de Tunja, y habiendo el consentimiento de todos aquellos que en esta materia tienen o creen tener algún derecho, y habiéndolo examinado detenidamente como convenía con Nuestra Suprema Autoridad decretamos y establecemos lo siguiente. Separamos de la Diócesis de Tunja aquella parte del territorio en que están las parroquias, cuyos nombres se enumeran aquí, a saber: Duitama, Tibasosa, Sogamoso, Nobsa, Mongui, Tópaga, Mongua, Gámeza, Corrales, Floresta, Labranzagrande, Pisba, Paya, Morcote, Santa Rosa de Viterbo, Cerinza, Belén, Tutazá, Paz de Río, Betéitiva, Tasco, SoCha, Socotá, Jericó, Sativasur, Sativanorte, Susacón, Soatá, Boavita, La Uvita, San Mateo, El Cocuy, Güicán, Guacamayas, Panqueba, El Espino, Chiscas, Covarachia, Busbanzá; de este territorio hacemos una nueva Iglesia que se debe llamar de Duitama. Los límites de está Diócesis, como es claro, coincidirán con los límites de todas estas parroquias, de tal manera que por el Norte limite con la Diócesis de Socorro y San Gil, la Diócesis de Bucaramanga y la Prefectura Apostólica de Labateca; por el Oriente, con la Prefectura Apostólica de Arauca y el Vicariato Apostólico de Casanare; por el Sur, con la Diócesis de Tunja y el mismo Vicariato de Casanare; por el Occidente, con las Diócesis de Tunja y de Socorro Y San Gil. La nueva Diócesis de Duitama será sufragánea de la metropolitana de Bogotá, a cuyo Arzobispado el Obispo de Duitama le estará sujeto conforme a derecho. El nuevo Obispo fijará su sede y domicilio en la ciudad llamada Duitama, que por consiguiente, honramos con el título y el honor de las demás ciudades episcopales; igualmente, colocará su cátedra de magisterio pontifical en el templo de Jesucristo Niño, el cual elevamos al grado de Iglesia Catedral, con todos los derechos concedidos a las demás Catedrales; además a la Diócesis de Duitama y su Obispo les concedemos los honores de que gozan las Iglesias y los Obispos de todo el mundo; al Obispo, por su parte le imponemos iguales vínculos y obligaciones. La llamada Mesa Episcopal se sostendrá con la dote dada por la autoridad civil, o con los frutos de la curia o el dinero de los fieles ofrecido espontáneamente, o por último con los bienes que de la división de la mesa de Tunja proporcionalmente le corresponderán a la Diócesis de Duitama, guardándose en esta división lo mandado en el canon 1.500 del Código de Derecho Canónico. Igualmente se regirán por los decretos del Derecho Canónico lo concerniente al régimen y administración de la Nueva Iglesia, la elección del Vicario Capitular cuando quede la Sede Vacante y otros asuntos semejantes. Decretamos también que tan pronto como se erija la Diócesis de Duitama queden escritos a esa Diócesis los clérigos que viven por derecho en esas regiones; en cuanto a los Sacerdotes y seminaristas que estudian fuera de la Diócesis para enseñar después en el Seminario de Tunja, establecemos que si algunos de ellos viven en el territorio de la Diócesis de Duitama, sin embargo permanezcan escritos a la de Tunja. Y para que no falte en la Catedral de Duitama el esplendor del culto Divino ni al Obispo le falten a tiempo aquellos varones con cuyo consejo y trabajo se ayude, queremos se establezca el cabildo de canónigos por medio de las letras apostólicas que serán expedidas por Nos; mientras esto no sea posible, concedemos el que se remplacen con consultores diocesanos. Además, ya que hay que tener mucho cuidado en la educación de los jóvenes que el Espíritu Santo llamare a la vocación sacerdotal, el Obispo de Duitama procurará erigir lo más pronto posible, por lo menos el Seminario Menor, según las normas del Derecho y las leyes de la Sagrada Congregación de Seminarios y de Universidades, y elegirá los mejores de estos jóvenes para mandarlos a esta ciudad a estudiar filosofía y teología en el Pontificio Colegio Pió Latino Americano; a los demás, después de haber acabado los estudios de humanidades podrá enviarlos aún en adelante al Seminario de Tunja, para que allí sean instruidos en las Sagradas Disciplinas, sin que se disminuya el patrimonio de este Seminario. Todos los documentos y actas referentes a la nueva Diócesis, y a sus fieles, a los clérigos y a los bienes temporales, envíense cuanto antes de la curia de Tunja a la curia de Duitama para que se conserven en su archivo. Para que se lleve a cabo lo que mandamos en estas nuestras letras elegimos al mismo «Venerable Hermano Pablo Bértoli, o al que esté encargado de la Nunciatura Apostólica en Colombia, a fin de que dé cumplimiento a estos mandatos; al que corresponda llevar a cabo este negocio le damos las necesarias facultades que puede subdelegar, si fuera necesario, a cualquier varón constituido en dignidad eclesiástica, y le imponemos la obligación de consignar por escrito la ejecución de lo mandado, y de enviar cuidadosamente copias fidedignas a la Congregación Consistorial. Queremos que estas letras tengan eficacia ahora y para siempre, de tal manera que lo establecido por ellas se observe religiosamente por aquellos a quienes corresponde, y por tanto que tengan toda la fuerza. Ningún mandato contrario de cualquier género podrá obstar a la eficacia de estas letras, ya que por estas letras los derogamos todos. Por tanto si alguno constituido en cualquier dignidad, a sabiendas o por ignorancia, obrare en contra de lo que nos hemos ordenado, queremos que sea tenido por irrito y sin valor ninguno. A nadie le sea permitido romper o alterar estos documentos de nuestra voluntad; más aún, a los ejemplares de estas letras Impresos o manuscritos que lleven el sello de algún varón constituido en dignidad eclesiástica y suscritos por algún notario público, hay que darles la misma fe que se daría a estas letras si se mostraran. Si en general alguno despreciare o de alguna manera rechazare estos nuestros decretos, sepa que le alcanzarán las penas establecidas en el Derecho para los que no obedecieren los decretos de los Sumos Pontífices».

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día séptimo del mes de Marzo del año del Señor 1955, de Nuestro Pontificado el décimo séptimo H. T. Celso Cardenal Constantini, Canciller de la S. I. R.; Fr. Adeodato Juan Cardenal Piazza, Secretario de la S. C. Consistorial; Ammieto Tondini, Regente de la Cancillería Apostólica; Bernardo de Felicis, Protón. Apost; César Federichi, Proton. Apost;

Expedida el día 29 de Abril del año del Pontificado XVII. Al Trusardi, por el Plomero. En el Archiv. Cancill. Apost. Vol 90 N° 59.​

La Diócesis en el desarrollo de Duitama ha sido un signo ejemplar de compromiso social, de desarrollo integral, de bienestar cultural, social, deportivo y religioso fácilmente reconocido por todos los que han generado la imagen del progreso boyacense.

Al padre Cándido Quintero Torres, Párroco de Duitama (1.955), se debe toda la gestión para lograr que la Santa Sede creara la Diócesis de Duitama y que la sede del Obispo fuera esta ciudad.

Al primer Obispo Monseñor José Joaquín Florez Hernández, se le reconoce que con la creación de nuevas parroquias y construcción de majestuosos templos en Duitama y Sogamoso se gestaran verdaderos polos de desarrollo urbanístico, al igual que se impulsara la educación con la creación de escuelas, colegios, talleres Artesanales y micro empresariales en Duitama, Sogamoso, Boavita, La Uvita, Soatá, El Cocuy, Cerinza, Mongua, Monguí Belén, Socha, Tasco, Paz de Río, Tibasosa y otras poblaciones.

Gracias al Padre Quintero, tenemos el asilo de ancianos “Cándido Quintero”, construido para albergar hoy a ciento veinte ancianitos de familias muy necesitadas y atendidos por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, quienes fundaron posteriormente el Asilo de Ancianos de Sogamoso.

Escudo diocesano

Campo de oro y tortillos de sable

El territorio correspondiente a la diócesis ha sido siempre ocupado por gentes trabajadoras, pacíficas y religiosas, desde remotas épocas. Los muiscas habitaron allí, y el nombre del cacique Tundama, celoso defensor de la independencia de sus gentes, sigue siendo familiar en la comarca a los oídos de todos; y no muy lejos del asentamiento de los aborígenes que el cacique comandaba, estaba Suamox, ciudad del sol, donde tenían el centro religioso principal de la nación muisca.

Durante el período colonial, los pobladores siguieron distinguiéndose como trabajadores y pacíficos y religiosos; y en el pueblo de Monguí tuvieron los cristianos un santuario, de notable fábrica de piedra labrada, en donde se aunaban los corazones de los buenos vecinos moradores de todos los pueblos esparcidos alrededor del valle de Sogamoso.

Ese pasado varias veces centenario es recogido simbólicamente en el escudo, no para alardear de acontecimientos o de personalidades descollantes de su historia, sino para significar al pueblo mismo, a las generaciones que se han sucedido por siglos en el trabajo, al calor de sus hogares, en el servicio de la comunidad.

De veras así, el campo de oro recoge simbólicamente esa riqueza de laboriosidad, de vida familiar, de comunidad humana, indicándolo en el color: el científico Jung, mediante la leyenda del alquimista, hasta sugería que el oro se logra de millones de rotaciones del sol en torno de la tierra (en la equivocada interpretación planetaria), como la riqueza de generaciones que se consuman en laboriosidad, familiaridad, servicialidad comunitaria.

Además, la creación de la diócesis obedeció a exigencias religiosas de nuevas circunstancias sociales, con el desarrollo de la industria siderúrgica: los dos tortillos de sable representan este conglomerado obrero actual. Cabo advertir que las dos figuras redondas -que ya se encuentran en el logotipo de Acerías paz del Río- parecen preferibles a figuras más acostumbradas de «barras de acero», por estar ya éstas en el escudo de Sogamoso (su cuarto cuartel: de plata, tres palos de sable).

Y si el campo de oro puede interpretarse como imagen de bienes espirituales, que la Diócesis salvaguarda y acrecienta, para el pueblo de Dios, la dureza del acero permite sugerir la trascendente dureza del principio espiritual que debe estructurar la personalidad de los miembros de ese pueblo cristiano, que es la comunidad diocesana.

Pal de sinople y rosas de plata.

Este escudo trae una pieza honorífica, un palo o pal de sinople: pieza de honor que tiene su propio valor, independientemente del escudo; lo cual quiere decir, que no lo divide en tres partes, sino que lo honra, le da prestigio, porqué va cargado de tres rosas de plata, en figuración de Nuestra Señora de Monguí.

Sin entrar en abstrusas interpretaciones a que eran dados los antiguos, (que hacían del color verde o sinople «el símbolo de las obras cumplidas para la regeneración del alma, y, por consiguiente, de la Caridad», como resultado de la creación por la sabiduría y e! Amor divinos, que se representan por el color amarillo, y de la revelación de estas divinas virtudes a la inteligencia humana, mediante el soplo del Espíritu, que se representa en el azul: puesto que el verde resulta de mezclar los colores amarillo y azul, prescindiendo de todo ello, bastará con señalar que la rosa es símbolo mariano manifiesto de la Patrona (Rosa Mystica), de igual modo que en el escudo arquidiocesano da Tunja campea en los cuarteles segundo y tercero (en campo de azur, rosa de oro).

Santa María de Monguí es la advocación que corresponde al cuadro, venerado en la basílica de esa población, y del que constante tradición local afirma haber sido donado por Su Majestad don Felipe 11; en esta pintura aparecen las tres personas de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, en actitud deliciosamente familiar. Esta imagen fue coronada canónicamente en 1929. Y la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Monguí, fue declarada Patrona de la Diócesis de Duitama en 6 de agosto de 1955.

Finalmente, el escudo timbra con cruz sencilla de oro, colocada detrás del escudo. Hay diócesis que prefieren timbrar, es decir indicar su condición o dignidad diocesana, mediante la mitra; en Colombia, por ejemplo, la diócesis de Santa Rosa de Osos. Aquí se ha seguido la práctica de la casi totalidad de las otras diócesis, y las nuevas normas de los escudos episcopales, en los que se han suprimido mitra y báculo, para dejar solamente la cruz heráldica de su dignidad.

ADALBERTO MESA VILLEGAS Sacerdote.

Nuestra Patrona

La historia cuenta que hacia el año de 1555 llegaron los frailes franciscanos al valle de los Sanoas, y poco a poco lograron progresos en la Evangelización de este territorio tanto que ya en el 1557 o 58 pudieron llevar a los caciques de Sogamoso y de Monguí para que visitaran al rey Felipe II, y para ofrecerle dones propios de estas tierras.

El Rey en contraprestación por los dones, regaló dos imágenes, una de la Sagrada familia para Sogamoso y otra pequeña del milagroso San Martín de Tours para Monguí, cada una de las imágenes estaba destinada a ser patrona de las respectivas parroquias y venían muy bien empacadas y rotuladas para evitar cualquier confusión. Lo curioso es que al abrir los paquetes resultaron cambiadas las imágenes, ante la protesta de los sogamoseños se reconoce el error, se hace el intercambio pero con sorpresa al día siguiente resulta el cuadro de la Virgen en Monguí, mientras que San Martín en Sogamoso; el hecho se repite varias veces sin explicación lógica por lo que a final se acepta el cambio como voluntad de Dios, que siempre con amor y con humor divinos se sirve de prodigios y signos para confundir el orgullo y la prepotencia humanas.

Desde entonces esta tradición vive en el corazón de los habitantes de Monguí que han hecho de la hermosa imagen su tesoro más preciado. Desde aquel momento estuvo la comunidad franciscana en Monguí y se construyó un templo destinado a honrar la piadosa imagen de la Santísima Virgen, el templo con el pasar de los años se fue deteriorando. Desde 1585 estaba prohibido para los religiosos la administración de los curatos se imploró entonces de la corona española la gracia de la fundación, posesión y administración del convento por parte de los franciscanos; esta iniciativa estuvo avalada por el cabildo y las autoridades de Tunja y santa Fe apoyados en la fama que la milagrosa imagen tenía y después de cumplir con todos los requisitos que la corona exigía, se concedió la conversión de la casa cural de Monguí en convento el 22 de octubre de 1702.

Con el nombramiento de Fray José Camero de los Reyes, como guardián de la comunidad Franciscana en Monguí, se vio necesario construir un nuevo templo y un trono digno de aquella que se había convertido en la Reina de todos los habitantes de la región y que atraía peregrinos de muchos lugares de Colombia, de los llanos orientales e incluso de Venezuela como lo atestiguan los archivos. Para tal fin se encomendó al arquitecto Don Martín Polo caballero y bajo su guía se comenzó en el año de 1694 la construcción de la hoy hermosísima Basílica de Nuestra Señora de Monguí y del histórico convento de los franciscanos, que en palabras poéticas definiríamos como: “un bellísimo poema de piedra, de cal y de canto, un himno de alabanza al Santo de los santos”. La fama de la milagrosa imagen de la Santísima Virgen de Monguí continuó extendiéndose, y se convirtió en el consuelo de todos los habitantes del reino y por su intercesión se obraron numerosos milagros lo que contribuyó aun más al crecimiento de su devoción.

La imagen representa la huida a Egipto, y aparecen descansando las tres santas personas. La Virgen tiene al Niño Jesús entre sus brazos y su dulce mirada aparece inmersa en la mirada profunda de su Hijo, a su vez él parece reclamarle el alimento; San José aparece en un segundo plano, él vigila, observa y cuida a estos dos seres que Dios le había confiado. El significado que podemos descubrir es muy grande; en efecto, en un mundo como el que vivimos en el que reina el odio y la prepotencia humanas, en el que se quiere desterrar el crucifijo, y todo tipo de manifestaciones de fe; en el que la familia cuenta con tantos enemigos que promueven su destrucción, la imagen de la Virgen de Monguí aparece como un llamado a la unidad familiar, a asumir cada uno nuestros roles de padre, de madre y de hijo, con fe, sabiendo que las dificultades no son más grandes que nuestra inteligencia, nuestra fe y confianza en Dios. Al tiempo podemos encontrar que en una sociedad que persigue a Dios y a la familia por ser su mejor imagen y semejanza, Jesús con María y San José huyen buscando un refugio, quizá está a la puerta de nuestro corazón golpeando, esperando que alguno de nosotros le abramos para refugiarse (Ap. 3, 20).

El amor que los fieles tenían por la bella imagen, llevo a que la misma fuese adornada con finas telas y filigranas de oro macizo, esmeraldas y muchas otras piedras preciosas lo que influyo para despertar la codicia del gobierno de la época quien despojó la imagen de sus tesoros, que recordemos eran sólo la manifestación del amor que los fieles profesaban por la milagrosa imagen, cada piedra preciosa suponía un milagro y cada milímetro de oro dejaba ver el agradecimiento por algún beneficio alcanzado por la intercesión de la Santísima Virgen. Lo cierto es que cuando el Libertador por decreto del 10 de julio de 1828 restableció los conventos suprimidos, devolvieron a los franciscanos el convento pero no las joyas que según documentos históricos, eran las de mayor valor en la región.

Con ocasión de la coronación de la Virgen de Chiquinquirá en el año de 1919, quedó latente en la mente del Señor Obispo de Tunja Mons. Eduardo Maldonado y de los fieles, la idea de coronar también a la Santísima Virgen de Monguí, entonces con el apoyo de todos los fieles se pidió la autorización a la Santa Sede, la cual fue concedida el 25 de abril de 1929, durante el pontificado de SS Pio XI. El Excelentísimo Señor Obispo ordenó conducir con gran esplendor en peregrinación la bella imagen hasta Tunja para ser coronada como Reina, como en efecto se hizo el 8 de septiembre de 1929 con la presencia del señor presidente de la república Dr. Miguel Abadía Méndez quien fue el padrino de la coronación, de dignísimos representantes del Congreso, del cuerpo diplomático, del Nuncio apostólico de Su Santidad, del clero y de una multitud incontable de fieles. Es de resaltar las Palabras de Mons. Maldonado, quien cuando vio la imagen de la Virgen exclamó: “Salve Virgen de Monguí, mi vida, mi reina y mi consuelo”. Es curioso ver que para tal acontecimiento prácticamente se movió todo un país, y las manifestaciones de afecto desbordaron las expectativas, quiera Dios que la devoción a La Stma. Virgen de Monguí vuelva a florecer como en otrora.

En el año de 1954 con ocasión de las bodas de plata de la Coronación, se llevó nuevamente la imagen hasta la ciudad de Tunja, recibiendo en cada una de las poblaciones por donde pasaba el homenaje de fe y gratitud de multitud de fieles y el 15 de agosto fue colocado el cetro a la imagen, confirmándola como emperatriz de estas tierras. En el año de 1955 con ocasión de la creación de la nueva Diócesis de Duitama – Sogamoso, viene nombrada la Virgen de Monguí como patrona de la Diócesis y más tarde el 4 de junio de 1966, SS. Paulo VI convierte el hermoso templo de Monguí en Basílica menor.

Hace ya 452 años que esta imagen bendita de la Virgen, llego a esta cordilleras, estableció su trono y desde entonces no cesa de derramar bendiciones y gracias en todos aquellos que con fe acuden a su intercesión de buena madre; llegó en tiempos de la conquista y se ha convertido en la Virgen conquistadora, no de tierras, ni de riquezas efímeras, sino de corazones, de voluntades, de amor; ella con su mirada llena de dulzura nos sigue mostrando a su Hijo Jesús y nos sigue invitando a hacer en nuestra vida lo que él nos ha enseñado (Jn. 2, 5).

Con nostalgia miramos al pasado, vemos estos 452 años de fe, de devoción mariana, y suplicamos a nuestra buena Madre de Dios y Madre nuestra que nos inflame en su amor y que hoy como ayer sigamos difundiendo esta piedad, para que la Virgen de Monguí siga siendo la Reina de Boyacá, la Reina de nuestra Diócesis, la Reina de nuestras familias y la Reina de nuestros corazones.

Monseñor Marco Antonio Merchán L. (Obispo de la Diócesis de Vélez).