Por, Gerardo Andrés GUAYACÁN CRUZ
Gracias. Con esta palabra podríamos concluir este año.
Dios en su infinita misericordia nos ha permitido llegar hasta este punto de nuestra historia personal, clausurando el año 2024 lleno de experiencias positivas y otras tantas negativas. Sea cual fuere el sentimiento que hoy nos invade, silenciemos todo por un instante y pensemos en lo esencial de la vida, aquello que no tiene nada que ver con el ruido del mundo, sino con el ruido de Dios que nos habla al corazón y trasciende a nuestra alma.
Hoy se ha vuelto más difícil escuchar a Dios. Durante el tiempo del adviento hicimos esfuerzos enormes, buscando como los grandes místicos, el camino que nos llevaría al encuentro íntimo y personal con Jesús en el desierto de nuestras propias vidas. Sin embargo, hoy queremos seguir mirando hacia el futuro, escuchando la voz del Señor con mucha esperanza, iniciar un nuevo año 2025 llenos de ilusiones y metas por cumplir. La esperanza, lejos de ser una actitud pasiva, es un acto profundo de confianza en nuestra capacidad de cambiar el mundo, un recordatorio de que el futuro no está predeterminado, sino que está por escribir.
Es así que, pensando en el nuevo año que ya comienza, hacemos la invitación a renovar nuestra esperanza y a abrazar las nuevas oportunidades mirando siempre hacia el futuro con una actitud optimista. Será un año sumamente especial, pues la Iglesia como Madre y Maestra nos marcará las pautas para seguir caminando junto a Dios, ahora con el Año Santo de la Esperanza. Estas nuevas experiencias enriquecerán nuestras vidas y nos ayudarán a seguir caminando “juntos sembrando el Evangelio con alegría”.
El mundo de hoy sigue enfrentando desafíos aterradores: la pobreza, la violencia y la división nos marcan mucho y nos pueden provocar desesperanza. Estamos llamados a ser agentes de cambio dejando de ser indiferentes ante las necesidades de los demás. No se nos puede olvidar que el rostro de Dios es el de la misericordia.
Al comenzar este año, podemos estar seguros de que Dios está con nosotros en cada paso del camino, guiándonos, protegiéndonos y proporcionándonos la paz que tanto necesitamos. Cada día, al despertar, podemos recordar que todo es posible con Él, y que nuestra esperanza está anclada en su amor eterno.
Como “peregrinos de la Esperanza” pongamos nuestra vida en las manos del Señor. Él tiene un propósito para cada uno de nosotros. A medida que nos adentremos en este nuevo capítulo de nuestra historia hagamos oración y confiemos todas nuestras tareas bajo la acción y guía del Espíritu Santo.
Sabemos que para todos será un año retador, por eso elevemos nuestra oración a Dios por todos y cada uno de nosotros, confiados de que el Señor escuchará los ruegos de quienes le suplicamos con amor, vaciamos nuestra alma y entregamos nuestro corazón en sus divinas manos.
Que este Año Nuevo sea un recordatorio de que el tiempo siempre es un regalo, y que el presente es el único momento que realmente tenemos. Vivir con gratitud, esperanza y amor nos permitirá aprovechar al máximo cada instante que nos regala Dios.