Por, Gerardo Andrés Guayacán Cruz

A menudo el creyente enfrenta múltiples desafíos que moldean su vida espiritual. Hoy, el ser humano se enfrenta a un entorno donde el secularismo y el relativismo a menudo predominan y, muestra de esto es la creciente desconfianza hacia las instituciones religiosas que ha llevado a muchos a cuestionar la relevancia de la fe en la vida cotidiana. Para muchos Dios se ha convertido en el completo desconocido o en alguien innecesario.

El siglo XX, por ejemplo, fue un periodo de transformaciones radicales en lo político, social, cultural, religioso y filosófico. Entre las corrientes de pensamiento que surgieron con más fuerza fue la reflexión atea, desafiando las creencias tradicionales y proponiendo nuevas formas de entender el significado de la vida.

Este ateísmo estuvo influenciado por los avances científicos. Disciplinas como la física, biología o psicología, comenzaron a ofrecer explicaciones a fenómenos antes atribuidos a la intervención divina. Teorías como la de Charles Darwin que sustenta la tesis de la selección natural, desafían a menudo las creencias religiosas, afirmando que las especies evolucionan a lo largo del tiempo como resultado de la variación genética. Que decir de las guerras, la injusticia, la hambruna y otros fenómenos que han llevado a muchos a cuestionar la existencia de un Dios benevolente y que se han convertido en puntos centrales de la crítica al teísmo.

Existencialistas como Sartre o Camus exploraron la condición humana en un mundo sin Dios. El marxismo, a través de figuras como Marx o Engels, promovió una visión del mundo en la que la religión es vista como un producto de condiciones socioeconómicas. La postmodernidad en filósofos como Foucault que sustentaba que las creencias son construcciones sociales y lingüísticas que relativizan la verdad.

La crítica a la religión en la historia ha provocado una mirada hacia la educación laica y la separación entre la Iglesia y el Estado. A medida que la humanidad avanza en el siglo XXI, las ideas y críticas del siglo pasado continúan resonando hoy y, prueba de ello es, la separación de la religión del ámbito educativo en muchos lugares del mundo.

En Colombia, la educación ha estado históricamente influenciada por la Iglesia Católica. Desde la colonización, las instituciones religiosas jugaron un papel central en la educación, estableciendo escuelas y universidades que moldearon el pensamiento y la cultura. Sin embargo, a lo largo del siglo XX, surgieron movimientos que abogaron por una educación más secular.

La Constitución Política de 1991, en su artículo 19, desarrollado por la Ley 133 de 1994, garantiza el derecho fundamental a la libertad religiosa y de cultos, razón por la cual, la Ley General de Educación, establece que la educación debe ser integral y respetar la diversidad cultural y religiosa, promoviendo el respeto y la tolerancia entre las diferentes creencias, (Ley 115 de 1994). Esta tesis que defiende la libertad religiosa, hoy se ve opacada por grupos que quieren implementar ideologías nuevas pretendiendo hacer desaparecer algo que no solamente es histórico, sino, sobre todo, indispensable para el ser humano, pues la educación religiosa en nuestro país se enfoca en la trasmisión de valores éticos y morales que son fundamentales para la convivencia pacífica. En nuestros territorios marcados por la violencia y la desigualdad, la fe contribuye a la cultura de paz, fomentando el diálogo y la resolución pacífica de conflictos, pero… ¿Quién puede entenderlo así?

La reflexión teológica del siglo XX fue rica y diversa, reflejando los complejos desafíos y oportunidades de la época. Desde el modernismo hasta la teología de la liberación y el diálogo interreligioso, han influido en la manera en que se entiende la fe en el mundo contemporáneo. A medida que avanzamos en el siglo XXI, es esencial continuar este diálogo. El papa Francisco, por ejemplo, ha destacado repetidamente que la fe no es solo un conjunto de creencias, sino una relación viva y dinámica con Dios. La fe es un don que nos conecta con lo divino y nos invita a vivir en esperanza y amor proporcionando un sentido de confianza en el plan de Dios, incluso en momentos de dificultad.

Por otra parte, Benedicto XVI entendía la educación no solo como un proceso de transmisión de conocimientos, sino como un acto de amor que busca el desarrollo integral de la persona. En su encíclica «Deus Caritas Est» [Dios es Amor], el Papa enfatizaba que la educación debe estar impregnada de amor y respeto hacia los demás.

La educación religiosa no solo se limita a la formación espiritual; también prepara a los individuos para ser ciudadanos activos y comprometidos. Los principios éticos aprendidos pueden guiar a las personas en su participación en la vida pública. Al proporcionar una base sólida de valores éticos, promover la identidad cultural, facilitar el diálogo interreligioso y apoyar el desarrollo emocional, la educación religiosa se convierte en un recurso valioso en el mundo de hoy. En tiempos de incertidumbre y polarización, es fundamental fortalecer la educación religiosa, asegurando que las nuevas generaciones crezcan en un ambiente de respeto, empatía y compromiso con el bienestar común.

El futuro de la educación, en relación a la fe en Colombia, presenta desafíos significativos, pero también oportunidades valiosas. Integrar la fe en una educación holística, fomentar el diálogo interreligioso, aprovechar la tecnología, y fortalecer la colaboración entre familia y comunidad son pasos cruciales para revitalizar esta área de formación. En un país en constante transformación, la educación en la fe puede ser un motor para construir una sociedad más justa, solidaria y en paz, donde los valores humanos y espirituales sean el eje central del desarrollo.