Querido Señor Édgar Aristizábal Quintero, obispo nominado para nuestra diócesis de Duitama-Sogamoso:
Durante la situación de sede vacante nuestra Iglesia diocesana ha estado llamada a un despertar en cada uno de sus miembros y a un particular sentido de la propia responsabilidad hasta que Dios nos enviara un nuevo pastor.
La falta de un obispo como cabeza de nuestra Iglesia local no era una carencia organizativa. Era una situación excepcional que nos movía a orar para que fuese breve el tiempo en que estuviéramos así. Nuestra oración dio su fruto. Ya tenemos un nuevo pastor; debemos dar gracias al Señor. Bienvenido a nuestra casa que es la suya.
Y mientras ha llegado este momento de gracia para toda la diócesis hemos seguido caminando en la senda trazada por la Iglesia, bajo la dirección y compañía del padre Óscar Iván Pinzón Bonilla, quien cumplió a cabalidad su misión como Administrador Diocesano. A él damos las gracias por su loable labor.
A tener noticia de su nombramiento por el papa Francisco para esta diócesis de Duitama-Sogamoso hemos sentido una gran alegría. Ya no estamos como ovejas sin pastor. Ya tenemos al Pastor que vaya por delante en el camino que conduzca a la Iglesia que vive en esta porción del Pueblo de Dios.
Como en los relatos evangélicos, en nuestra diócesis hay muchedumbres que se acercan de una u otra manera a Jesús: ya sea en nuestras celebraciones litúrgicas, como en las catequesis o en cualquier otro escenario de nuestra acción pastoral. Hay también un grupo bien numeroso de fieles que como aquellos primeros setenta y dos son plenamente conscientes de su vocación bautismal. Anuncian el Evangelio ordenando las realidades temporales (la vida familiar, económica, política, social) según el querer de Dios y participando con mucha dedicación y energía en la triple dimensión evangelizadora: (enseñanza, liturgia y caridad). ¡Cuántos gracias tenemos que dar a Dios por cada uno de los miembros de nuestra Iglesia diocesana repartidos en nuestra geografía, en cada hogar, en cada parroquia o comunidad eclesial!
En nuestra diócesis hay mucho trabajo que realizar: “La mies es abundante, y los obreros somos pocos”. Es tarea de todos asumirlo, pero necesitábamos las pautas de un Pastor que nos indicara el norte a seguir. Nos faltaba un sucesor de los apóstoles que fuera principio y fundamento visible de unidad en nuestra Iglesia y que nos vinculara con el Obispo de Roma, sucesor del Apóstol San Pedro, el Papa Francisco, principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles, es decir, de la Iglesia Universal. Nos faltaba un Apóstol con el que los presbíteros y diáconos nos supiéramos y sintiéramos colaboradores del Ministerio Apostólico.
Desde que el Papa Francisco convocó a toda la Iglesia en octubre de 2021 para celebrar un Sínodo sobre la dimensión eclesial de la sinodalidad, todas las diócesis del mundo han ido dando pasos, para responder a una pregunta fundamental: “¿Cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal), ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo con la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal? [Documento preparatorio, 2]También nuestra Iglesia diocesana acudió a la cita y continuamos trabajando.
Por otra parte, en el horizonte próximo tenemos el Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza” que el Papa Francisco ha convocado para el año 2025 y que nos ofrece indicaciones para seguir avanzando en la conversión pastoral de nuestras estructuras y de nuestras mentes.
Este 2024, “Año de la Oración”, que precede al acontecimiento del Jubileo, debe ser una gran sinfonía de la fe; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo.
¡Gracias, monseñor Edgar, su presencia entre nosotros será para todos—sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— un gran impulso para seguir trabajando!
Necesitamos su impulso evangelizador para el futuro. Históricamente, los jubileos han sido momentos de renovación, perdón y esperanza. Han sido una oportunidad para reconciliar diferencias, renovar la comunión y promover la justicia y la equidad por el camino que marca la doctrina social de la Iglesia, en actitud de cooperación con las instituciones presentes en cada diócesis. Este Año Jubilar esperamos que sea un nuevo Pentecostés.
Queremos poner, Monseñor Édgar, su vida y sus nuevas tareas pastorales bajo la mirada de la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de Monguí, Patrona de nuestra amada diócesis y Reina de Boyacá. Que en su corazón como Padre y Pastor que late con el de Cristo, ponga a cada uno de los miembros de nuestra diócesis a los pies de nuestra Madre Santísima.
Cordialmente,
Gerardo Andrés Guayacán Cruz, Pbro.