El amor se manifiesta en el amor. El amor que no es fugaz ni pasajero, sino amor divino. El amor convoca y evoca a la vez a la íntima y eterna contemplación de lo transcendente y amado. Es el amor, la reacción a lo bueno y tierno que es Dios —. Un día, de todos los días y en todos los días para amarte—, escribí hace poco en un corto poema haciendo referencia a la mujer. Ella, —la mujer—, manifiesta en su ser el amor que se hace carne en la carne del amor y para el amor. Sobre todo, la carne de María.
Todo el universo canta una dulce melodía a la amada y eterna Madre de todos los tiempos. Su
eterno amor florece como los olivos en el desierto. Nace como el agua cristalina de un río que brota de la tierra y refresca la sed de un bosque baldío. Nace de la nada siendo todo en Dios. Su ser es en Dios porque a Él le pertenece, no como una posesión desfigurada, sino como amor, —amor de Dios—. Ella ama porque nació del amor. Y nacer del amor es nacer de Dios.
Ella, la amada, es transformada por una mirada tierna y amorosa. Sus ojos brillaron ante esta penetrante y callada llama de amor, amor tierno. Cayo el yunque del amor y ha pisado el blancor almidonado de su alma y la ha elegido. Ella simplemente se deja acariciar elocuentemente por el Creador y se deja llevar en manos de ángeles y, en una fiesta de rosas blancas, rojas y amarillas para adornar su delicada tez, canta la corte celestial en un himno de alabanza por ser la Madre del Salvador.
María, amada y tierna Madre, eres tú la expresión amada del amor. El pergamino de tu belleza narra sílaba tras sílaba la historia de la salvación contemplada en la Carne de tu Hijo Jesús. El agrio verde y enfurecido del tiempo sucumbe a tu hermosura y la sangre caliente grita a una voz: ¡Bendita tú entre las mujeres! Ahora, relucen los escombros y se quitan las vigas del corazón para adornarte en una enramada de lirios blancos.
En una mañana tranquila, en una tarde melancólica, en una noche serena; quiero amarte. Deseo rendirme ante tu mirada y disfrutar de un corazón lleno de amor profundo, tan profundo como el océano. Anhelo caminar por la arena de la playa y encontrarte en el cálido susurro del viento que acaricia con fuerza la piel de mi ser cansado y adormecido. Disfruta de la emoción de conectar con tus sentimientos más profundos en el mundo del fb88 bet.
Que amada eres por Dios María. Que amor para el amor eres María. Que combinación tan unitiva eres María. En ti se vislumbra a quien bien sabe bordar lo divino.
Te encuentro ahora, Madre. Por los olivares vienes como una canción de amor; canción de Dios. Por el aire del poniente te encuentro y me llevas de tu mano. Ahuyenta de mi corazón de hojalata la montura de las agrias melodías y que te cante siempre a tu amada figura.
Que en estas cortas palabras todas las madres se sientan identificadas, amadas y bendecidas por Dios.
Por, GERARDO ANDRÉS GUAYACÁN CRUZ
Vicario Parroquial San José Obrero, Duitama
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