Es triste que niños y niñas sufran todo tipo de violencia y más triste aún que muchos seamos ajenos a su dolor.

El evangelio de Mateo nos narra hoy, veintiocho de diciembre, una de las matanzas más descorazonadas de la historia bíblica, la de los niños menores de dos años que Herodes mando matar para acabar con un pequeño niño que apenas nacía, Jesús, el hijo de María y José. Es imposible pasar por alto este hecho que narra el evangelista, ya que es aberrante y merece toda la reflexión del caso y ver con objetividad la situación de los niños hoy, teniendo como referencia este pasaje evangélico. La situación que han vivido estos niños no es desconocida, hoy son muchos los que siguen siendo maltratados y asesinados por intereses particulares.

Los casos de infanticidio, desnutrición, castigos humillantes, trato negligente, abandono, casos de abuso sexual, maltrato psicológico y otras formas de violencia contra los niños y niñas que existen, es un problema global, no se puede tapar el sol con un dedo y menos con el de los niños, -el dedo-. En todas las sociedades los niños sufren de violencia en sus hogares y en la mayoría de los casos nadie se da cuenta de esa realidad tan lamentable.

Ese llanto, ese dolor, esa desesperación, que ninguna luz humana redime; ni siquiera la de la misma familia, porque, a veces, hasta la misma familia es la culpable. Es triste que niños y niñas sufran todo tipo de violencia y más triste aún que muchos seamos ajenos a su dolor. Al respecto deberíamos preguntarnos ¿Acaso no fuimos niños? ¿Por qué tan indiferentes? ¿Sabemos amar? ¿Ese dolor me dice algo? ¿Defiendo realmente la vida? Los seres humanos tenemos algo de indiferentes y algo de olvido. Solo actuamos cuando nos toca a nosotros de lo contrario seguiremos siendo piedras.

Bien lo decía Martín Descalzo: «Desgraciadamente, los más de los humanos pasan por la tierra apagados, sin tener nada que dar ni que decir, con sus almas como candiles sin luz». A veces nos sucede. No podemos ser ajenos, debemos mirar con fe el futuro, -sobre todo el de los niños-, y ver que en ellos esta, sí o sí, el futuro de la sociedad. Debemos forjar caminos de esperanza, libertad y alegría. Ser almas de luz para los demás.

Existe un maravilloso poema de una escritora española, María Alonso Santamaría que deberíamos conocer:

«Soy sólo un niño».

Si me gritas
me haces sordo,
Si me callas
me haces mudo,
Si me ignoras
invisible.
Miedoso
cuando estoy solo.
Desconfiado
al mentirme.

¡Quiéreme soy sólo un niño!

Si me escuchas
me haces fuerte.
Cuando jugamos
amigos.
Dame pan
si tengo hambre.
Tápame
si tengo frío.
Si lloro
dame consuelo.
Si río
ríe conmigo.
Edúcame
con cariño.
Necesito tus abrazos,
tus caricias y tus mimos.
Cuídame
si estoy enfermo.


¡Quiéreme, soy sólo un niño!

Que estas palabras no pasen desapercibidas y mucho menos en esta fiesta que como iglesia celebramos. Son muchos los que piensan que el día de los Santos Inocentes es para hacer bromas; pienso que eso es más cultural. La falta de sensibilidad con el sufrimiento ajeno genera desesperanza. Un día como hoy, cargado de dolor por la desaparición de niños inocentes no debe ser motivo de mofas, chistes, que desfiguran el verdadero sentido de lo que se celebra.

¿Sentimos sin ser nuestro ese dolor? Hoy son muchos los santos inocentes que son asesinados. Hoy se mata porque sí y porque no, porque es moda matar, porque es fácil y ya, porque soy yo y ya, porque me caíste mal y ya, porque simplemente quiero matarte. Todos estamos llamados a defender la vida, sobre todo la de aquellos que “no tienen voz ni voto”, para una sociedad egoísta con intereses individuales. ¡Matar nunca será la solución!

Pbro. Gerardo A. Guayacán C.

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