Por Pbro. Gerardo Andrés Guayacán Cruz

“Miles de fieles lloran en señal de luto por la muerte de un Pontífice, los altoparlantes resonaron y las campanas repicaron. Muchos de rodillas velando y orando por alguien que muere en santidad. Es un duelo universal. Ha muerto el Papa emérito”.

El papa alemán Joseph Ratzinger el día de su elección como sucesor del Apóstol Pedro, el 19 de abril de 2005, pronuncio estas palabras que introducían su primer discurso ante el mundo católico desde el balcón central de la basílica en el Vaticano: “Soy humilde trabajador de la viña del Señor”. Estas palabras marcaron su ministerio. Así lo dejo ver en cada uno de sus oficios como sacerdote, arzobispo, cardenal y luego como Papa, que fueron creando ese gran legado que ha marcado y marcará generaciones enteras.

El mundo católico llora la partida de uno de los más grandes teólogos del siglo XX y XXI. Muere en la ciudad del Vaticano hoy 31 de diciembre a las 9:34 horas el papa emérito. Sus aportes a la fe quedaran en la memoria de millones de fieles. Es de destacar en su larga vida pastoral y académica ser:  Doctor –Cum Laude-, de la tesis sobre San Agustín en 1953, profesor de teología y catedrático, consultor teológico del CVII, iniciador de la revista teológica, –Communio-, juntamente con Hans Von Balthasar y Henri de Lubac en 1972, arzobispo de Munich y Freising en 1977, creado cardenal este mismo año, participó en el Cónclave que eligió a Juan Pablo I y a San Juan Pablo II, asumió como prefecto de la Congragación para la doctrina de la fe, y presidente de la Pontificia Comisión bíblica y de la Comisión teológica internacional en 1981, desde el 2000, académico honorario de la Academia pontificia de ciencias, miembro del Concejo de la Secretaria de Estado, entre otros.

Sin duda, un grande entre los grandes, para quien lo entiende como un servicio. Así podríamos definir a este pastor de la iglesia, que ahora, a sus 95 años, retorna a la casa del Padre. Todos sus aportes en libros, ensayos, artículos, cartas, reflexiones, son muestra de su amor a Jesús y a la iglesia. Él sabía con claridad que todo es Jesús, su vida y ministerio así lo atestiguaron. Cada uno de los pasos que dio lo llevaron a lugares que ni el mismo se imaginó y que afianzaron su experiencia unitiva con Dios.

Después, de tanto caminar, tuvo que enfrentarse con la prueba más difícil de cualquier ministro en la iglesia, el tener que renunciar al oficio eclesiástico, en su caso, -de Papa-, en el 2013, esto no era nada fácil. No era nada alentador para él y menos para el mundo católico. Esta noticia causó revuelo en todo el mundo, era difícil de digerir. Entender que un Papa deje su sede vacante estando vivo, estaba lejos del imaginario colectivo; pero él lo hizo y dejo el mejor ejemplo de todos, el de -reconocerse humano-, saber que cuando las fuerzas son limitadas es mejor dejar que alguien con más vitalidad asuma las riendas de la iglesia. Que humildad y caridad para con el pueblo de Dios. Pocos así lo entendimos.

“Pronto me enfrentaré al juez definitivo de mi vida”, estas palabras del Papa emérito Benedicto XVI quedarán para la reflexión. Entender que nuestra vida no es nuestra y que genera cierta angustia por lo que vendrá después del momento límite de la vida, -el encuentro con Dios-, causa cierta preocupación. Pero también entender que, “Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo al mirar hacia atrás en mi larga vida, me alegro, sin embargo, porque creo firmemente que el Señor no es sólo juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya ha sufrido Él mismo mis defectos y es, por tanto, como juez, también mi abogado”. (B16).

La iglesia universal vive hoy el fallecimiento de un Papa, el número 265 en la historia de la iglesia, para muchos muy querido y para otros, no tanto. Una vez más, pienso, debemos dar gracias por el servicio a la iglesia de este Papa alemán, por su espíritu de servicio, por trasmitir la fe y el amor a Jesucristo, por encarnar el Misterio a la manera de un místico, por mantener actualizada siempre la fe, y aún en medio de sus quebrantos de salud, el saber mantenerse fiel y firme en su misión, ser apóstol de Cristo, aún en el silencio de su retiro.

Bien lo dijo el papa Francisco cuando pedía oración por su salud, “en el silencio está sosteniendo la iglesia”, y ahora más que nunca; desde allí seguirá inspirándonos y motivándonos a esa vida en Cristo y cuidando de quien siempre fue su amada, -la iglesia-. Sin duda, él seguirá siendo, “un humilde trabajador de la viña del Señor”.

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