Por, Gerardo Andrés GUAYACÁN CRUZ

El Adviento nos renueva cada año y nos introduce en la Navidad y en su Misterio. El Adviento, en los tiempos que vivimos, se hace especialmente imprescindible porque es un momento de espera y esperanza, de reflexión y de conversión, de cambio de actitudes y de vida nueva.

El Adviento, es la gran noticia de la que habla el evangelio de Lucas: “No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.

El Adviento es un tiempo de gracia particular ya que prepara para celebrar litúrgicamente la venida de Jesús, uno de los acontecimientos más importantes en la vida de la Iglesia.

Dios quiere instalarse en nuestras vidas y para ello debemos dejarle entrar. Igual que estrenamos ropa y nos ponemos las mejores galas para ir a una fiesta, el Adviento nos invita no solo a cambiar por fuera sino también por dentro. La fiesta, la venida del Señor, está próxima. Dios se hace hombre para salvarnos. Este tiempo fuerte de Adviento invita a recorrer un camino hacia la verdadera alegría. “Adviento” es una palabra que viene del latín y significa “venida”. ¡Ya viene el Señor! ¡Maranatha! Y su venida nos cambia y nos lleva a una vida nueva, a una vida plena.

Dios está aquí, se hace presente. Su presencia ha entrado en esta pobre provincia, para llenarla de esperanza, de modo que cada hombre y mujer sobre esta tierra puedan contemplar a Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores. Esta es la alegría fundamental del cristianismo, saber que Dios se hace presente para salvar.

Es Dios que se inserta en el tiempo y en la historia de los hombres. La presencia de Dios es familiar y fácil de contemplar; como decía Santa Teresa: “a quien podemos acariciar y abrazar”. Escuchando su palabra logramos entender aquello que nos quiere comunicar y lo que debemos hacer para estar a su lado.

Así, pues, uno de los retos de la vida cristina es, —escuchar al Señor—, y en esa escucha atenta, Dios manifiesta su rostro a los hombres de nuestro tiempo; un rostro de niño y de hombre, un rostro de padre y de madre, un rostro de pobre y de rico, un rostro de amor; el rostro de Dios.

Es así, que el Adviento nos invita a detenernos en Jesús de Nazaret, la cara humana de Dios que llena al mundo de esperanza y a la vez lo encamina hacia su Reino. Esta preparación no es posible cuando el corazón, muchas veces orgulloso, pretende ocultar la luz que irradia la presencia de Dios en la vida, pretendiendo vivir como si Él no existiera. Si hay algo de lo que debe estar seguro el ser humano, es de su presencia real; Dios que esta entre nosotros; que nos habla de muchas maneras: “en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación”, ahora, especialmente, en este tiempo de visitatio, de adventus, que nos alienta a caminar confiados.

Ese caminar confiados está estrechamente vinculado a la contemplación, es decir que, solo en el silencio es posible desentenderse de los ruidos del mundo y hablar con el Niño que hace más de dos mil años nació en un pesebre y que hoy sigue naciendo, como entonces, sin abrigo ni hogar.

Es necesario volver la mirada a Jesús y abrazarlo con el mismo amor con el que Él nos abraza, ya que, como diría el Papa Francisco: “La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si nos encomendamos a Dios puede llegar a ser hermosa y ancha como una autopista. Es suficiente con no perder nunca la esperanza, basta que sigamos creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos frente a un niño, quizá tengamos muchos problemas y muchas dificultades, pero nos viene de dentro una sonrisa, porque tenemos delante a la esperanza: ¡un niño es una esperanza! Así tenemos que saber ver en la vida el camino que nos lleva a encontrarnos con Dios, Dios que se hizo niño por nosotros. ¡Y nos hará sonreír, nos dará todo!”.

Dios se acerca para ofrecer a los demás su mirada. Dios está aquí, presente, al lado del hermano que sufre, de aquellos que se sienten abandonados para acogerlos entre sus brazos. Dios está aquí para dar vida nueva, para ofrecer a los demás, fortaleza para el camino. Es Dios que llega para sanar.

El Adviento es un (Kairós) —“Tiempo de Dios”—. Es un momento privilegiado de todo el año litúrgico que invita nuevamente a la reconciliación, al diálogo, al encuentro íntimo con Jesús. No es un periodo mundano que prepara para la fiesta desordenada y pagana; Es todo lo contrario, un tiempo privilegiado de oración, de preparación interior, de acentuar nuevamente la conciencia, para celebrar la gran Fiesta del cristianismo: el Nacimiento del Señor en un pesebre, en el corazón de los fieles y en el corazón de la Iglesia.

Que en nuestra vida no cerremos los ojos a la estrella de Belén que nos señala el rumbo a una sociedad nueva y a una vida distinta para todos. Jesús-niño en el pesebre es quien anima nuestra esperanza y fortalece nuestra entrega. Vivamos siempre con la certeza que Dios está siempre presente y sigamos caminando en la esperanza.