Por, Gerardo Andrés GUAYACÁN CRUZ

En la víspera de la Navidad, luego de caminar una larga carrera, quisiera cerrar los ojos y simplemente agradecer por aquella buena noticia que llega, pero que yo guardo en mi corazón como un tesoro. Esa noticia, —la Gran Noticia—, que muchos conocen y pocos niegan. Es Jesús, “la Buena Nueva”; el pequeño Niño vestido de “Paraíso” que llena de amor y esperanza esta ruidosa y desangrada tierra.

El espeso silencio que rodea —en las afueras de una pequeña ciudad— allí, la intimidad del pesebre de Belén, manifiesta la verdadera Humanidad: el Verbo, la Palabra, que se encarnó y se hizo Hombre para amar eternamente.

Jesús, pisó el mundo sin hacer ruido, un evento extraordinario marcado por la humildad y la sencillez, la compasión y la bondad de Dios. Es el Amor Divino que reposa en un cuna acompañado de cantos, alabanzas de fe para el Rey que se hace presente. El nacimiento de Jesús es la promesa cumplida desde antiguo, la promesa del Mesías.

Es en esa Noche Santa, en que nace la Redención, la eterna Verdad, nace también la Esperanza de todos los pueblos. Es un nacimiento de amor, de luz, de perdón. Es un eco de eternidad que estremece al mundo entero y lo encamina a la verdadera grandeza de su Creador. Es en el llanto de este pequeño Niño, en la fragilidad de un bebé, donde encuentran reposo los corazones más oscuros.

Así, en la actualidad, el nacimiento de Jesús continúa siendo un faro de Esperanza y significado. No importa cómo cambie el paisaje o evolucione el tiempo, su mensaje perdura, llamando a la humanidad a detenerse, a contemplar lo simple y lo puro, a recordar el valor del amor y la empatía en un mundo lleno de distracciones.

El nacimiento de Jesús tiene un notable contraste con los conflictos actuales en lugares como Ucrania o Palestina, lugares que han sido testigos de conflictos y tensiones políticas durante décadas. Disputas territoriales con dimensiones globales en las que los más débiles terminan pagando las consecuencias de una guerra que no les corresponde pelear y que lleva a sufrimientos generalizados.

Si bien, el mensaje de paz y esperanza asociado con el nacimiento de Jesús representa una llamada a la fraternidad y la compasión. La realidad colombiana ha sido marcada por conflictos, violencia política, confrontaciones entre grupos armados, desplazamientos forzados y violaciones de los derechos humanos. La paradoja entre el mensaje de paz asociado con el nacimiento de Jesús y la persistencia de la violencia en Colombia, resalta la necesidad de trabajar hacia la reconciliación y la justicia.

En esa representación contemporánea del nacimiento de Jesús, se encuentra la invitación a encontrar la calma en la agitación, la luz en la oscuridad, y a recordar que, más allá de las festividades y el ajetreo, el verdadero significado de la Navidad reside en el corazón humano, en el compartir, en el dar y en el amor que trasciende cualquier era o generación.

El nacimiento de Jesús se asocia con la esperanza y la promesa de paz, invitando a reflexionar sobre la necesidad urgente de trabajar hacia la reconciliación, la comprensión mutua y la resolución pacífica de conflictos en estas áreas y en todo el mundo. El mensaje de paz y fraternidad, que se encuentra en el corazón de la narrativa navideña, representa una llamada a la solidaridad y a la construcción de un mundo donde prevalezca la compasión sobre la discordia y la violencia.

Estas líneas quieren ser una invitación a brindar por todos aquellos que viven en su corazón el nacimiento del Señor; brindar también por todos aquellos que quisieron estar pero fueron llamados a la presencia del Señor, por los que les arrebataron la vida y que jamás pensaron tener que irse de este mundo de una manera violenta, por aquellos que no pudieron nacer a causa de pensamientos egoístas y asesinos, por aquellos que están lejos pero que permanecen en el corazón, por aquellos que no tienen donde resguardarse del frio, calor o lluvia, por aquellos que no tienen que comer, por los que se encuentran abandonados, desterrados, alejados o marginados.

Abramos nuestro corazón a la Vida, pero sobre todo abracemos al Niño Dios que es Luz de esperanza en un mundo desesperanzador.