Por Pbro. Gerardo A. Guayacán

“Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres” Mt 4,19

Hoy encontramos dificultades para evangelizar en el mundo moderno. Nadie niega que el mundo ha cambiado, y que exige nuevas formas de evangelizar al hombre contemporáneo. Entender que no suena de la misma manera toda la sinfonía del mensaje de Jesús, ha sido muy doloroso. Para muchos el nombre de Jesús no provoca el más mínimo sentimiento de aceptación o rechazo. Un “Nadie”, prosaicamente hablando. Es un reto evangelizar sobre todo en nuestro tiempo, con tanta incredulidad que abunda. Con tanto fanático parlanchín que va por las calles llevando un mensaje errado. Evangelizar siempre será una tarea titánica.

La realidad que vivimos, no es la misma de hace algunas décadas. La actitud del creyente, aunque el mundo cambie, debe ser la misma ¡Creer! Muchos hombres silenciosos siguen asumiendo en su carne el mensaje de esperanza dado en Cristo. No se trata únicamente de escuchar, se trata más bien de poner por obra el mensaje evangélico. Asumirlo en la carne a la manera del doliente. Es ver en nuestra propia carne, la del crucificado. Somos jueces en sentido positivo del entorno del creyente, en miras de aportar algo en pro del cambio.

El evangelio no duerme. Es Palabra actuante, que permanece en el corazón de todos los fieles en la Iglesia. Así deberíamos sentir la vida de fe, que no tiene descanso alguno. La misión de llevar el evangelio, es una misión orgánica que requiere siempre del compromiso de todos, sin desconocer el mundo, la sociedad, la cultura, las tradiciones, la política, etc.

El «Kerigma, primer anuncio de Jesucristo» es indispensable en la historia de la salvación. No se trata de un anuncio tibio y poco eficaz. Es más bien, un encuentro vivo con el Hombre Jesús. Un ser humano fascinante, capaz de transformar todo lo malo que el corazón pueda tener en cosas muy buenas y además potenciarlas.

El itinerario de la fe parroquial, consiste básicamente en asumir de manera radical, el mensaje de Jesús. Todo parte del encuentro personal, de ser: “discípulos, misioneros y apóstoles”. Deberíamos preguntarnos entonces, ¿Cuál es realmente la misión? Nada más y nada menos que la del Espíritu Santo, “guiar y acompañar la obra de la evangelización”. Es la manifestación de Dios en la Historia de la humanidad, de la misma manera como se manifestó en Pentecostés y fueron inundados todos del Espíritu Divino. Cada uno experimento la fuerza de Dios actuante en su ser, que los llevo a salir de sí y ponerse al servicio de los demás para anunciar la buena nueva.

El compromiso misionero es irrenunciable. Es una decisión por el Señor. Es subirnos en la barca y remar en la misma dirección, aunque encontremos vientos y mareas muy fuertes. No temer. Saber que es Jesús quien guía la misión. Es pisar en tierra firme. Construir sobre roca y no sobre arena como afirma el mismo Señor. Comunidades Cristo-céntricas.

Jesús mira directamente a los ojos, te elige, te capacita y te respalda. Te llama a cumplir una misión específica. Busca personalmente. No desconoce el rostro ni la historia individual. Él sabe muy bien a quien pone al frente para cumplir a cabalidad una tarea misional. Somos una Iglesia en salida misionera. Una Iglesia pobre para los pobres, que mira para salvar a la manera de Cristo, con amor y misericordia.

La madurez de la misión está íntimamente relacionada con la madurez en la fe. Estamos obligados a abrir las puertas al otro, a no encerrarnos en nuestras propias convicciones. En mi “yo”, que es capaz de hacer mucho y a la vez nada. El Papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, es muy claro al decir: este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia. Jesús no dice a los Apóstoles que formen un grupo exclusivo, un grupo de elite, Jesús dice: “«Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos.»” (Mt, 28-19).

Somos convocados para formar comunidades estables, orgánicas y fraternas; sin ser indiferentes de la realidad parroquial. No se nos olvide que trabajamos en “Comunión” que es la “Koinonía” de la Iglesia. El mundo de hoy, exige de los evangelizados entrega total en la predicación del mensaje evangélico, esto demanda aceptación de corazón a la Palabra que Jesús nos manifiesta diariamente. Aceptar íntimamente que Jesús es Nuestro Señor, el Salvador del mundo. Él es el centro de la actividad evangelizadora.

El documento de “Aparecida” afirma que “Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial” (n.170). No somos ruedas sueltas, trabajamos en común unión; Obispos, Sacerdotes, fieles laicos. Todos los bautizados.

El «Sistema Integral de Nueva Evangelización» (SINE), es la experiencia diocesana de poder vincularse, de caminar juntos como nos invita el Papa Francisco. Es por esto que exhorto a las pequeñas comunidades de nuestra diócesis que ahora entraran en un tiempo de “descanso”, a seguir avivando el espíritu misionero, no adormecernos. No dejar de lado el compromiso del Evangelio. Todos estamos invitados. Llamados a ser evangelizadores desde la diversidad de ministerios y carismas. Ninguno debe sentirse al margen, ni mucho menos remar en direcciones opuestas; la meta es una sola, ser discípulos del Señor.

Las pequeñas comunidades ya constituidas saben perfectamente que la tarea es continua, que el Evangelio no se toma vacaciones. Es Palabra viva, actuante y permanente. En este tiempo sagrado, vivamos la fe, no la dejemos a un lado; debemos seguir formándonos. Construir paso a paso, saber que a medida que vamos juntando las piezas vamos armando la figura. No nos relajemos, al contrario, perseveremos cada vez más, demos más de nosotros mismos. Recordemos las palabras de Jesús, “«A quien se le dio mucho, se le reclamara mucho.»” (Jn, 12-48). Se trata de hacer actual en nuestras vidas la historia de amor del Señor con su pueblo y de reconocer en nuestra propia historia el actuar del Señor.

Somos “humildes trabajadores de la viña del Señor”. La vida es un servicio. Seamos pues servidores fecundos. Que nuestra huella sea importante, no por vanagloria, sino por y amor a la Palabra hecha Carne. Descansemos, sí, pero sin perder de vista el compromiso cristiano. Ser creyente no es un atuendo que me quito y me pongo como si no pasara nada. Es una opción de vida la vocación a la que todos somos llamados.

Que el próximo año 2023 volvamos con toda la fuerza y el ánimo, seguros de que el Señor nos seguirá capacitando para aportar de manera generosa a la misión de la evangelización. Son muchas personas las que esperan que lleguemos y toquemos a su puerta con la esperanza que se les lleve el mensaje de salvación. Todos y cada uno somos misioneros por excelencia, no lo olvidemos. Serán muchas tareas y con la fuerza del Espíritu Santo llegarán a buen término.