Él vive en ti y en mí, hermano sacerdote.

Dicen que el primer amor nunca se olvida, que dejará una huella imborrable en la persona que lo experimenta, que inclusive, ese amor trascenderá a lo más sublime y eterno, que pueden llegar muchos amores, pero ese, -el primero-, será superior a los demás. Así deberíamos vivir el amor de Dios. Él es el único y primer amor, o por lo menos debería serlo para quienes decimos ser ministros del Señor. Sí, hablo de nosotros, los curas…

Hoy se ha tergiversado ese primer amor, hasta el punto de no amar y menos a Dios, si algún día lo hemos hecho…, claro… Muchos levantan sus manos en señal de victoria y proclaman a viva voz ser hijos de la nada. Y me pregunto: ¿Los sacerdotes amamos realmente a Jesús? ¿Hacemos parte de esa nada y nos convertimos en simples funcionarios de la fe? No lo sé…, lo único cierto en todo esto, es que siempre nos faltará más amor para dar. Que, si nos acomodamos en nuestra nada, llegaremos a un punto sin retorno, a un abismo sin fondo, a una vocación materialista.

Martín Descalzo dijo alguna vez: “ser cura es imposible, pero a la vez maravilloso”. -Imposible-, porque en ocasiones desviamos la mirada. Nos escudamos diciendo, “es que somos humanos y nos equivocamos”, pero no tratamos nunca de salir del fango. Nos acostumbramos a la suciedad, quizá porque es más cómodo, más fácil. Y -Maravilloso-, simplemente porque es don de Dios.

Muchos experimentamos la llamada de Jesús, pero pocos la vivimos como Él lo pide. Qué bueno sería traer nuevamente a la memoria ese momento tan especial y único en la vida, experimentar de nuevo el primer amor y encontrar en él, todo aquello que necesitamos y que hemos olvidado. El sabernos amados y elegidos para una misión que nunca termina es primordial. Caminar y dejar huella, -la de Jesús-, siempre será lo más importante.

No somos marionetas de un mundo sin Dios, todo lo contrario, somos el puente que lleva los hombres a su salvación, a ese encuentro vivo y personal con el Padre. Recordemos que la norma suprema de la Iglesia es: “la salvación de las almas” (c. 1752). No podemos ser egoístas y menos con algo que pertenece solo al Señor y que a nosotros se nos da gratuitamente. Somos administradores de la multiforme Gracia de Dios. Estamos llamados a encarnar el Misterio, así como los santos. Ellos asumieron en su ser todo lo que es Jesús. En nosotros no deben existir vacilaciones y menos sabiendo que es Él mismo quien nos llama a asumir con prontitud la misión de llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra.

No podemos ser mercaderes de la Palabra, no debemos hacer lo mismo que hizo el Iscariote, “vender a Jesús por unas cuantas monedas de plata”, el ministerio es todo lo contrario. El evangelista Mateo así lo afirma: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36). Es salir de la zona de confort, e ir en busca de las ovejas perdidas del rebaño, de los que se sienten perdidos, de los que no cuentan.

¿Dónde vive Jesús? Vive en el que no tiene pan ni agua para pasar el día, en el que no tiene una vivienda digna para resguardarse del sol y el agua, en el que no tiene que vestir, en el que no tiene un empleo digno para cuidar dignamente de su familia…, Jesús, es el pobre, el marginado, el desesperado, el abandonado. Es allí donde está Jesús. Él vive en ti y en mí, hermano sacerdote. Él vive en todos. Hoy vemos con tristeza a muchos que se ufanan de ¡NO!, necesitar del Señor…, algún día han de volver la mirada al Maestro, ojalá y no sea demasiado tarde.

La llamada que Jesús hace, es para ponernos en camino, dejarlo todo y seguirle. Así como los primeros discípulos. El mundo de hoy necesita verdaderos pastores, que no les dé miedo salir a evangelizar aún en las periferias. Que sean pobres para los pobres. Ese es el verdadero amor, aquel que se sacrifica por el otro sin esperar nada a cambio.

Como ministro de la Iglesia quisiera dejar unas pocas razones de porque debemos amar a Jesús y en Él, amar a sus hijos, nuestros hermanos.

Te amo porque si y porque no.

Te amo porque me diste vida.

Te amo porque me amas.

Te amo porque me dejas amarte.

Te amo porque me miras con amor.

Te amo porque me alimentas con amor.

Te amo porque me consagraste por amor.

Te amo porque me permites dar amor.

Te amo porque das la mano a todos.

Te amo porque irrumpes en todo y lo transformas.

Te amo porque eres Padre de todos…

Autor: Gerardo Andrés Guayacán Cruz, Pbro.