Escrito por, Gerardo Andrés Guayacán Cruz Pbro.

Imagínense ustedes un jardín florecido, el más bello de todos. Una sola, de las muchas flores del jardín, eres tú. Allí se encuentra también el jardinero, él es el que decanta, desbroza, y riega. El jardinero es el dueño, el hacedor.

Jesús es el jardinero y dueño de esta plantación, Él, avanza poco a poco mirando y amando a la vez, cuidando el jardín y, a medida que avanza, inspira. Cada una de las flores va mostrando su belleza a su hacedor en un gesto de agradecimiento y contemplación.

Jesús ha mimado tanto el jardín, que no se necesita más; cada flor resplandece por su presencia, —la de Jesús—. Igual que a los discípulos después de la resurrección y por amor, la Iglesia, que nace como una flor, fuerte y refulgente, que resplandece gracias a su Creador. El jardín del Señor se va embelleciendo a medida que el tiempo va avanzando.

Después del famoso juicio ante el Sanedrín de la época y las autoridades romanas que imperaban sobre el pueblo judío, Jesús permanece con su gente vivo y actuante. Ni un madero, ni las palabras blasfemas, tampoco las lanzas, ni los soldados mensajeros de la muerte, y mucho menos el tiempo y la historia profana han podido vencerlo.

Sus manifestaciones después de la crucifixión lo atestiguan. Han sido los discípulos quienes lo han visto y, han sido ellos los transmisores de su mensaje resucitador. Él, ha llegado gloriosamente emblanquecido. Los discípulos han podido ver en sus manos y pies los signos de la muerte, que si bien, son signos de la destrucción que traspasan la carne más no el alma y el espíritu, aunque sabemos que la Carne de Cristo permaneció intacta aún con los vestigios de los clavos, la lanza y la corona. Sin duda son ellos — los discípulos — los primeros testigos oculares y auriculares de la Resurrección del Señor y dan fe de ello. Su testimonio es verdadero, históricamente trascendental y poéticamente insustituible.

Los tiempos han cambiado pero el mensaje sigue siendo el mismo. Jesús se sigue haciendo presente, Él sigue brillando con Luz propia y hoy más que nunca en el corazón de millones de fieles que celebran con gozo las fiestas de la Pascua. Jesús se manifiesta glorioso en pleno siglo XXI y, trascenderá los siglos venideros ya que Él es el Eterno Presente. No se desactualiza su mensaje gracias a la fe de todos los bautizados que al igual que los discípulos, siguen siendo iluminados e inspirados por la fuerza del Espíritu Santo y los anima a vivir gratuitamente a Cristo en toda su gloria.

Puede parecer deshonesto que después de haber ensanchado el corazón en las celebraciones litúrgicas de la Semana Mayor, relajarse en este, que sigue siendo un tiempo de Gracia abundante. El Espíritu de Dios sigue encendiendo el ánimo de todos. Sigue inspirando para gritar con voz potente el Nombre del Señor resucitado a todos los pueblos y poder así interiorizar a la manera de los místicos el Misterio que redime a la humanidad entera y que lleva a la presencia de Dios, todo esto gracias a la fe de la Iglesia.

Las diferentes expresiones de amor que Jesús manifestó a sus discípulos en el momento preciso de su aparición son las mismas manifestaciones de hoy, de ahora y de siempre. Jesús sigue amando, aún en las persecuciones de estos tiempos donde parece que todos hemos sido olvidados y desahuciados. Él, no abandona; no lo hizo en la cruz con el malhechor arrepentido, ni con los suyos que pensaban que ya todo estaba perdido. Él no desahucia a nadie.

Pero en ocasiones somos como Tomás; debemos tocar las llagas puestas en las manos y los pies de Jesús para creer que es Él y que ha resucitado. Quizá tomamos un poco la actitud de los saduceos que negaban la resurrección y la inmortalidad del alma y creían simplemente que Jesús era un fanático más del momento y que se proclamaba a sí mismo como mesías. Jesús no es una fábula, cuento, leyenda o mito, Jesús es tan real como tú y como yo. Tocarlo es el reto, degustarlo es el reto, pero, sobre todo, mirarlo será el “RETO”, y lo pongo en mayúsculas y entre comillas porque es allí donde debemos centrar toda nuestra atención. “No tengáis miedo de mirarlo a Él”, dijo alguna vez San Juan Pablo II.

No podemos negar el fervor de las comunidades parroquiales que han tenido a bien asistir y abarrotar como hace algunos años los templos de nuestra diócesis y de muchas otras jurisdicciones eclesiásticas en nuestro país, pero creo, quedará siempre el interrogante de ¿Cuántos estamos viviendo realmente a Jesús como verdadero Hombre y verdadero Dios, aunque haya pasado la Semana Santa? No lo sé. Cualquier afirmación puede ser equívoca; pero la invitación seguirá siendo la misma, —caminar   siempre atraído por las palabras de Jesús —, Él ama y sigue amando con tanta intensidad que te llaga al alma y te hace ser en su Ser.

Pentecostés es eso, dejarse tocar por Jesús y calladamente mirarlo y recibir de Él el signo más tierno y sublime que puede existir, su Eterno Amor; todo esto, gracias a la acción poderosa del Espíritu Divino que lo invade todo y lo trasciende todo en Cristo. Todo esto es gratis. Su amor lo es. Nada vale más sobre esta ruidosa tierra que su silencioso y tierno amor.

Es el Espíritu Santo el centro de la celebración de “Pentecostés”, ya que es él quien inspira a centrarse en Cristo. En el momento en el que los discípulos están reunidos esperando a Jesús, llega el Espíritu Divino y los llena de su poder. A partir de este acontecimiento los discípulos emprenden el camino para llevar a cabo la misión de proclamar el mensaje del evangelio, ese que resuena por las calles diciendo que —“Cristo resucitó, que venció a la muerte y que nos ha dado vida eterna”—. Allí nace la Iglesia y en ella Cristo se hace palpable, Él se hace alimento de reconciliación en la Liturgia de la Iglesia.

Qué más podemos esperar si todo nos ha sido dado en Jesús. Ese jardín que día a día es regado por el agua de vida agradece a su jardinero por tanto amor. Eres tú quien va floreciendo y haciéndose cada vez más fuerte gracias a la presencia del jardinero. Quizá nuestro grito debería ser la expresión de ese bello poema de San Juan de la Cruz ante la confusión que dice: “¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? /Como el ciervo huiste/ habiéndome herido;/salí tras ti, clamando, y eras ido.”.

Es sin duda la búsqueda permanente de Jesús, para poder decirle, “quédate con nosotros Señor que la tarde está cayendo”.

Pentecostés sea para todos vivir a Jesús intensamente y en Él, a la Iglesia, que eleva la Acción de Gracias por todos y para todos en esa afanosa búsqueda de la reconciliación. Un camino de toda la vida, aunque nos quede solo el mendrugo.