Por, Gerardo Andrés Guayacán Cruz
Jesús, subiendo camino a Jerusalén, anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre. El tiempo de Cuaresma nos conduce a vivenciar de forma sacramental y existencial este camino, que se inicia con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas.
En la tradición cristiana, la Cuaresma es un periodo de 40 días dedicado a la preparación espiritual para la celebración de la Pascua. Más que simplemente abstenerse de ciertos placeres o prácticas, la Cuaresma es un llamado a la conversión del corazón, un tiempo para reflexionar sobre nuestras vidas, arrepentirnos de nuestros pecados y comprometernos con un cambio interior que nos acerque más a Dios y a los demás.
La Cuaresma —proviene del latín “quadragesima”—. Simboliza los 40 días que Jesús pasó en el desierto de Judea, antes de comenzar su ministerio público. También simbolizan los 40 años en el desierto del pueblo israelita después de su liberación de los egipcios, o los 40 días del diluvio universal. Es durante la Cuaresma que los fieles se embarcan en un viaje espiritual de reflexión, arrepentimiento, oración y penitencia, a ejemplo de Cristo.
En este tiempo de gracia, los cristianos reflexionaremos sobre nuestras propias vidas, renunciaremos a ciertos placeres mundanos y nos enfocaremos en el crecimiento espiritual. “La Cuaresma ciertamente es el tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita escondido entre las cenizas de nuestra frágil humanidad”, nos recuerda el Papa Francisco.
Es toda una reflexión que se encauza en los tres pilares fundamentales de este tiempo sagrado: oración, ayuno y penitencia. A través de ellos, los cristianos buscamos renovar nuestro compromiso con la fe y nos acercaremos a Dios mientras nos preparamos para celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Es la llamada al encuentro con Dios de una manera más profunda y a descubrir su eterno amor misericordioso. Es una travesía de despojo, purificación y encuentro. Ahora que nos adentramos en este tiempo sagrado, hemos de renovar nuestra fe, recordando nuestra dependencia a Dios, buscando su perdón y gracia, procurando un encuentro vivo y personal con Jesús.
En Jesús, en su vida, muerte y resurrección, se revela el rostro misericordioso del Padre. Celebrar la Cuaresma entonces, es confirmar nuestra esperanza en la vida eterna dada por el Señor, como sacramento de amor.
En conclusión, la Cuaresma es un tiempo sagrado que nos llama a la conversión del corazón y al cambio interior. A medida que nos embarcamos en este viaje espiritual, que podamos abrirnos a la gracia de Dios y permitir que Él nos transforme a su imagen y semejanza. Que esta Cuaresma sea para todos nosotros un tiempo de renovación espiritual, arrepentimiento sincero y compromiso renovado con el Evangelio.
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