Por, Gerardo Andrés GUAYACÁN CRUZ

«El sacerdote tiene como relación fundamental la que le une con Jesucristo, Cabeza y Pastor. Así participa de manera específica y auténtica de la «unción» y de la «misión» de Cristo» (PDV16). Por tanto, la fraternidad sacerdotal nace de la común participación del sacramento del Orden, que es el sacerdocio de Cristo. «Una forma de vida con sabor a Evangelio» (FT69).

La fraternidad se vive y se predica en la misma fe, en la misma verdad; en la común participación de todos. Esto requiere madurez de cara a las exigencias que el mismo ministerio va planteando y que no desconoce la comunión humana y cristiana en la que se fundamenta. Benedicto XVI dijo alguna vez: “debemos ser amigos de Jesús, tener sus mismos sentimientos, querer lo que él quiere y no querer lo que él no quiere”. Vivir como hermanos vincula radicalmente el ser mismo del sacerdote en el mundo junto a la intransferible llamada de Jesús a vivir en cercanía la fraternidad sacerdotal.

El amor fraterno no queda encerrado en un pequeño grupo. El amor es el cauce de la expresión de la vida y ministerio del presbítero dentro de una comunidad sacerdotal. Es un ser en Cristo, por Cristo y para Cristo dentro del conjunto de las relaciones humanas que llevan a un serio compromiso de valor evangélico de tratar al otro como semejante; como hermano.

El ministerio no se debe convertir en una pesada carga. El servicio a la iglesia se acepta por amor y se nutre del amor de Cristo. «Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Sí, Señor, tú sabes que te quiero—contestó Pedro. Apacienta mis corderos—le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Apacienta mis ovejas—le dijo Jesús». (Jn 21,15-17). La belleza de ser sacerdote se transforma en la belleza de ser hermano y en la participación del misterio del amor al Señor.

La fraternidad sacerdotal es una vocación a la que estamos llamados. Un reto que estamos invitados a asumir de manera profunda. No podemos ser punto y aparte que buscan alargar las distancias entre unos y otros, pretendiendo buscar calladamente intereses personales, excluyéndose a sí mismo y a los demás.

La Presbyterorum Ordinis nos recuerda que: «Guiados por el espíritu fraterno, los presbíteros no olviden la hospitalidad, practiquen la beneficencia y la asistencia mutua». Esta afirmación invita de manera directa a vivir en la caridad. Lo contrario a esto es: “envidia” y “avaricia”, que tanto aumenta en nuestros ambientes y que hace perder el verdadero significado de ser hermano en virtud del ministerio confiado.