Por, Gerardo Andrés GUAYACÁN CRUZ

Quienes vivieron la historia de su pueblo y de su tiempo son fieles testigos de este gran acontecimiento, “la Palabra hecha Carne”. Hombres y mujeres se llenaron de luz, de fuerza y de esperanza. El encuentro con Jesús, su roca, su paz, su vida, cimento las bases de la fe.

Este pueblo que camina en la historia con Jesús, es la Iglesia, fundamento sólido del Padre. Nuestra Iglesia, con sus limitaciones muy humanas, quiere acoger con el don de la fe la realidad de nuestros pueblos, como ha sido siempre, con la certeza que Cristo, el Dios de rostro humano, es nuestro verdadero y único salvador.

En medio de luces y sombras de nuestro tiempo, debemos mirar la realidad como discípulos misioneros de Cristo. Son estas mismas —luces y sombras—, las que han fortalecido la acción evangelizadora, misión, unida siempre a la promoción humana y a la auténtica promoción cristiana. Hoy, la Iglesia bendecida en el amor y la vida de Jesucristo, camina hacia la meta, el Reino de Dios, siguiendo los pasos de Jesús.

Que urgente y necesario hoy, el encuentro con Cristo; encuentro que expresa alegría, gozo, vida, esperanza. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona. La Iglesia cumple su misión, sirviendo y obedeciendo al Señor, llevando el anuncio del evangelio —el regalo— a todos los pueblos que viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente la vida.

Estos cambios tienen un alcance global. El fenómeno de la globalización con la ciencia y la técnica, ha acelerado la historia, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, también la religión. En este contexto social, Dios se vuelve opaco. Sin embargo, los cristianos cumpliendo con la vocación, aprendemos a ser misioneros en un mundo que, bastamente urbanizado y tecnologizado, necesita de Dios.

Jesús es: “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6). La “Palabra hecha carne” (Jn 1,14), que da vida a toda la humanidad. Para vincularse íntimamente a su persona como discípulos y misioneros, es necesario entrar en la dinámica del buen Samaritano: amar al que sufre sin excluir a nadie; este es el verdadero testimonio de la caridad. Es cercanía a los pobres, a los pequeños, que hoy, son solo caricaturas humanas sin futuro de los “poderes humanos”.

Benedicto XVI afirmó: “El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo esta enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva. En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”.

Animados por el Espíritu Santo a participar de esta misión en el mundo globalizado, es necesario abandonar los propios deseos y preocuparnos más por la promoción humana. No podemos ser individualistas. Es urgente que los grandes problemas se solucionen; esto solo es posible uniendo fuerzas que ayuden especialmente a los descartados. La Iglesia es continuadora de la obra del Mesías abriendo para el creyente las puertas de la salvación. ¡Estamos llamados a vivir en comunión!

Estamos llamados a vivir en la íntima unión con Dios. El creyente posee la mayor riqueza: Jesús de Nazaret; y la Iglesia peregrina del mundo moderno, que es la misma fundada y entregada en las manos del Apóstol Pedro, ha sido y sigue siendo “comunidad de amor”, que desea y procura la santificación del género humano.

“Aparecida” nos recuerda que: “Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad” (n°240).

Nuestros pueblos no quieren andar solos. Se necesita un espíritu comunitario con la misma fuerza de la Iglesia primitiva. Por eso San Juan Crisóstomo exhortaba: “¿Quieren en verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez”.

La modernidad no puede ocultar el mensaje novedoso del evangelio. Es urgente un despertar misionero que avive el espíritu del creyente y lo encamine a la realización espiritual en la Persona de Jesús, en la barca, que es la Iglesia.