Por Gerardo A. Guayacán C. Pbro.

Soy peregrino igual que tú.
He celebrado muchas navidades, igual que tú.
En muchos lugares, igual que tú.
En capillas citadinas y rurales, igual que tú.
Centenares de personas, familiares y amigos me han acompañado,
igual que lo han hecho contigo.
He caminado, como tú…
por caminos insospechados y,
siempre me encontré con Dios ¿no sé tú?
– Él siempre me ha impresionado-.

Cada paso, cada respiro, cada pensamiento, cada palabra,
por simple que parezca, me llevó hasta ti…
Hasta esa intimidad verdadera del espeso silencio que te rodea,
hasta aquel rostro concentrado que se deja ver solo en la oración.
Hacia esa ternura que solo a ti te envuelve
y se hace dulce al paladar de quien degusta un buen vino con la mejor compañía.

Esos gestos llenos de inocencia,
tu rostro anacarado, tu sonrisa tenue y,
en tu alma la fuerza de Dios que te absorbe totalmente y te llena de luz.
Ese sagrado silencio que llena toda mi existencia.
Amor absoluto que ninguna palabra puede expresar.
Deseo infinito de eternidad y de paz,
que solo tú puedes dar a quienes siempre han sido tuyos.
Un milagroso silencio que se sumerge
hasta los recovecos del hombre y le exhorta a contemplarte.

Después de tanto caminar,
te mostraste realmente como siempre has sido,
-un Dios de amor-, que llora, habla, ríe, siente, perdona, cuida, libera…
Pisaste el mundo sin hacer ruido, en un pesebre,
entre María y José,
dos padres atónitos de ver a tan incólume niño.
Y la humanidad dejo de ser lo que era
en ese momento determinante de la historia.
Dios se hizo en el vagido de un bebé.
La buena nueva construida del silencio de un pequeñín.

-Tú eres el más bello de todos los hombres, en tus labios se derrama la gracia,
por eso Dios te bendice por siempre-.
A ti solo se llega por la puerta del asombro,
esa puerta estrecha,
en la que uno debe agacharse para entrar, para crecer.
Para saborear el dulce néctar, -don de vida- que produce solo verte.

Amarte es estrecharte en mis brazos,
vencerme de amor, refugiarme en tu paz, sumergirme en tu mirada,
sentir tu brisa suave que me acaricia todo entero y,
saber que solo en ti,
encuentra plenitud mi vida,
se estremece mi corazón,
se ensancha mi espíritu
y se glorifica mi alma.